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Arvo Pärt; La música que roza suavemente el silencio.

Tras 15 años de una ardua carrera de estudio musical a la que podríamos llamar formal, y obligado en estos días de emergencia sanitaria mundial a reflexionar sobre el valor humano que haya podido tener tal empeño y la prisa por obtener no sé que cosa, he llegado, como todos, a un parón en mi vida, y he estado pensado en la similitud que tiene este “oasis de tiempo” con la música de Arvo Pärt.

La música del estonio resulta un verdadero freno humano, como una grieta por la que se cuela la atemporalidad, y de pronto, el escucha se encuentra en ese estado entre el ayer, el hoy y el mañana, en el que se te invita a estar más allá de las cosas.

Pero ¿por qué específicamente Arvo Pärt? ¿Por qué a pesar de tantos años mi intuición musical no deja de invocar ese nombre en los momentos más cruciales de mi vida? ¿Acaso los demás miles de músicos de la historia no han logrado ser un oasis para las preocupaciones diarias del ser humano? Sí… pero como en todo: hay niveles.

Dicho de manera más “culta”, digamos: “La diversidad de grados de perfección, supone la existencia de un máximo”, y es que no es lo mismo escuchar una canción dedicada al amor perdido escrita por Reily Barba que una compuesta por el mismísimo Juan Gabriel. 

Y no, no es solo cuestión de gustos, ya que el gusto supone también un grado de refinamiento y perfección

Ya nos lo dejó claro Copland en su magnífica analogía de la música y la comida; podemos creer que no hay nada en el mundo mejor que una bolsa de Churrumais, podríamos incluso restregarle esa “verdad” nuestra a los chefs más prestigiosos del mundo defendiendo “nuestro gusto”, pero no hay nada de verdad en ello, fuera del hecho de que no hemos probado absolutamente ningún platillo ni mínimamente bueno.

La inmediatez de nuestros días y sus prisas nos “obligan” a escuchar la música de drive thru y solamente esa, una música creada de manera desechable, de servicio rápido para satisfacer rápidamente una mundana necesidad y echarse a la basura para olvidarse rápidamente la canción y hasta el nombre del artista, cosa que nos pasa ya muy seguido. 

Lo peor es que, con base en esa música, tratamos de enriquecer nuestro bagaje cultural. Es como si sólo comiéramos en Burger King en el desayuno, comida y cena todos los días de nuestras vidas y consideraremos eso nuestro plan de vida alimentario. “¡Yo quiero comida en serie, de plástico… y la quiero rápido!” Parecemos reclamar como niñitos malcriados.

Mi punto es que hay de comidas a comidas como hay de piezas musicales a piezas musicales en un sentido concreto y objetivo, en el que el gusto juega un reducido porcentaje.

Hay de diálogos a diálogos, de pláticas a pláticas. Una cosa es la conversación sobre el clima que obtienes de algún extraño en un fortuito encuentro por la calle, y otra conversación muy distinta si tu padre te mandara llamar y te dijera:

“Hijo, siéntate… ¡tenemos que hablar!”

Bueno, pues Arvo Pärt es ese padre.

El arte existe como una pregunta acerca de la realidad, pero ciertas veces, esa pregunta está tan bien formulada que parece contener en ella una especie de respuesta que conforta el alma de una manera misteriosa y contundente. Siempre y cuando se hagan las preguntas adecuadas.

Piezas como el Dies Irae de Verdi, o el Rex Tremendae de Mozart arrojan al mundo interrogantes sobre el misterio que supone la existencia. En esas piezas, se despliega en forma de notas la terrorífica incertidumbre que supone la muerte. En otras piezas, como el 4º Movimiento de la 9ª Sinfonía de Beethoven, se lanza un manifiesto musical lleno de una sublime admiración por la vida.

En fin, lo que quiero decir, es que las grandes obras de arte giran en torno a las más grandes preguntas filosóficas que el ser humano se ha planteado por milenios. 

Es precisamente por eso que son tan universales, porque son preguntas que competen a todos los que compartimos este mundo y a su vez expresan de una manera casi perfecta los sentimientos que nacen en aquellos que se las han preguntado, que somos todos.

Para muchos esas incertidumbres existenciales llegan temprano en su vida, para otros en el ocaso de las mismas, pero llegan.

Y en estos momentos, en las circunstancias en las que ahora estamos, unos más que otros, pero todos nos encontramos en una especie de encrucijada que nos empuja a echar un vistazo a las grandes preguntas del hombre. Y musicalmente hablando, no hay nada más cercano al silencio fúnebre que hoy impera en las calles de todo el planeta que la música de Arvo Pärt, no hay ningún ejemplo musical más acertado que la música de este genio estonio, que roza el silencio como un aire ligero que levanta suavemente las hojas de las calles vacías a su paso.

En el mundo hay música que expresa las distintas áreas que hay en nuestro interior. Música que expresa nuestra felicidad, nuestra tristeza, nuestras ganas de bailar. 

Pero hay una música que expresa y manifiesta el color de ese cuarto que hay en lo más profundo de nuestro interior al cual casi nunca entramos, es el cuarto más custodiado dentro nosotros, en el que conviven la incertidumbre, la noción de la propia existencia, el propósito y la inevitable pregunta filosófica sobre Dios. Es precisamente este cuarto personal al que en este momento, de freno de actividades e incertidumbre, parecemos mirar desde el dintel no sabiendo si entrar o no, porque tal vez hemos pasado la vida llenándolo de ruido para no hacer frente al drama humano.

Pero hoy, muchos parecemos obligados a ver ese lugar, tratar de arreglarlo, de buscarle sentido, de saber quiénes somos y qué papel jugamos en todo esto.

Y actualmente no hay mejor guía de turistas hacia ese inhóspito lugar que Arvo Pärt, el cual es capaz de acompañarte a él de manera serena y sacarte de ahí con una perla en las manos.


Emilio Torres Morales
Licenciado en Canto Gregoriano

Si quieres conocer la música de Arvo Part, sigue la playlist que he preparado con su música en el siguiente link: https://open.spotify.com/playlist/1GQspaEJGPIdcKlW42Xtog?si=7goIG3OPQqGZMyznwgWirg