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Daddy Issues SOMETHING

Me gusta cocinar, pero no siempre ha sido así. En mi adolescencia mi mamá decidió sin previo aviso que una vez por semana me tocaba cocinar para todos. 

Lamentablemente para la familia, nadie me había enseñado nunca a hacer nada excepto buevito revuelto con tortilla. Y así fue que un día mis papás llegaron de sus respectivos trabajos a la casa para descubrir que yo había echado unos bisteces crudos en una olla con agua esperando que mágicamente se transformara en carne en su jugo (no pasó).

A veces pedía consejos o recetas para preparar algo, pero la verdad es que la mayor parte del tiempo hacía atún con verduras o ponía unas pechugas de pollo en el sartén y ya. Era una obligación, una tarea. No encontraba mucha diferencia entre eso y limpiar el patio. Simplemente me resigné a que el día que yo cocinaba, era el día que iba a comer culero.

Corte a: años después, medio sabía preparar algunas cosas, ya no vivía con mis papás y era mi cumpleaños. Mi amiga Fanny (que es chef) preparó unos cupcakes de red velvet llenos de un betún de queso crema con los que aún sueño. Eran deliciosos. 

Alguien le preguntó si no le daba hueva cocinar en un contexto social tomando en cuenta que era su trabajo. Ella dijo que era diferente, que esta era comida que además de con técnica, la preparaba con cariño, esperando que nos gustara a todos.

Mind. Blown. 

Esa era la importancia de la cocina que yo no había entendido y hasta ese momento me hizo clic. Por eso mi mamá a veces pasaba tanto rato en la cocina para hacer un pozole, un pastel de carne, un salmoncito con sus aceitunitas. Por eso en los cumpleaños siempre preguntaba (y pregunta aún hoy) desde días antes ¿qué quieres comer?

Dar de comer es una oportunidad de hacer algo bonito para las personas que estás alimentando. Empecé a aprender más sobre cocina y recetas y sabores y básicamente a ser Ratatouille, pero sin el talento. Y luego nació mi hijo.

Desde que podía soportarse en la periquera lo empecé a llevar a la cocina a que me viera preparando cosas. Creo que hoy, en su cabeza de niño de cinco años sí entiende un poco. Ahorita prefiere el iPad que verme cocinar, pero algo entiende porque quiere entrar al taller de cocina que su próxima escuela tiene para que pongamos un restaurante juntos. Él los postres y yo la comida.

Cocinar además está siendo mi terapia durante la cuarentena. Bendito Youtube y sus miles de canales de cocina que además son muy relajantes. Pensar cómo lo voy a hacer con las cosas disponibles y eliminando los ingredientes que no comen en esta casa. Adaptarlo a mi familia, a sus gustos, reconocerlos, darles un abrazo con una sopita o curar el antojo de sushi aprendiendo a hacer rollos. 

Me gusta. No siempre porque ps no mamen tampoco. En esta casa aún se come atún con verduras ocasionalmente, pero al menos una vez por semana trato de hacer algo nuevo e interesante.

El día de la madre le pregunté a mi esposa ¿qué vas a querer comer? desde una semana antes para poder prepararme con tiempo. Mi hijo dice que soy el mejor cocinero del mundo. Y como es el 2020 también le saco fotos a todo para subirlo a Instagram (@RicardoRibon) porque la validación de extraños también es una especie de sustento para mi malnutrida autoestima.