Entre norteños te veas
— Chinga tu madre, pinche Gab.
— …
Así. Voz en cuello, me recibió alguno de mis coworkers una vez que, recién contratado, llegaba a las instalaciones del lujoso complejo industrial (una pinche ex-paletería La Michoacana) del que forma parte Máquina 501.
Yo no sabía cuándo, ni por qué, ni por dónde pero ya me habían rayado mi pinche madre. Y mi interlocutor seguía hablando como si nada mientras a mí se me iban calentando las cagaleras por la mentada de madre recién emitida.
¿Le robé algo? No. Jamás me cacharían.
¿Me cogí a alguien de su familia? Posiblemente. Pero no tendría por qué saberlo él.
¿Me comí su lunch? Seguramente sí. Pero insisto.
No era como para una mentada de madre.
Los días fueron pasando y las mentadas hacía mí (y mi jefa) no cesaban. Pero pasaba algo: Las mentadas eran de todos contra todos. Y me di cuenta que el “Chinga-tu-madre” era algo muy casual y cordial entre mis compañeros.
Porque no sé si lo había mencionado: son norteños.
Y es que los norteños tienen cosas ya de por sí muy cagadas. Usan mucha loción. Exageran en todo (especialmente en la loción). Gritan a la menor provocación. Y se sienten paridos por Dios.
Yo desde hace muchos años aprendí a no lidiar con los gentilicios. A menos que fueran, directamente, por una provocación:
Un verdadero Jedi usa el albur para la defensa. Nunca para el ataque.
—Antiguo Proverbio Mandaloriano—
Y con esa máxima he regido mi vida.
Pero ahora me encontraba en un ambiente de trabajo cordial pero nunca libre de mentadas de madre (ni de loción). Y tenía que portarme a la altura.
A los nacidos en CDMX nos calan mucho las mentadas de madre. Nos caen como Peperami en ayunas. Creo que es un pedo guadalupano o algo. El mismo Octavio Paz le dedicó todo un capítulo del Laberinto de La Soledad a esa cuestión.
Vamos. En resumen: Somos muy cuidadosos con las mentadas de madre.
No las emitimos por cualquier cosa o razón. Tienen que manchar mucho nuestro (ya manchado) honor como para que le dediquemos una rayada de jefa a alguien. Especialmente en su cara. Y de pronto llegan estos jijos de Piporro a empanizarte la madre a mentadas sin tú saber de dónde o por cuá. Pos sí, pero pos no. No mames que tu lengua raspa.
Con el paso del tiempo me he vuelto menos tijismiquis (menos mamer, pues) en cuestiones de recepción y asimilación de mentadas de madre. Ya aprendí que ellos son felices mentándole la madre a cualquier persona, animal o cosa. Y que inclusive sienten que estás enojado si no se las contestas.
Amo a mis coworkers y he aprendido sus costumbres. Nunca seré norteño (ni quiero), pero ahora los entiendo más y a veces… a-ve-ces hasta los quiero.
— Chinga tu madre, pinche Gab.
— La tuya en vinagre, pinche Ricardo.
— ¡ESO PINCHI MECO! ¿Quieres loción?