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Planeta Crimen: Goyo Cárdenas – El estrangulador de mujeres Parte IV

La locura de Goyo, en el hospital de enfermos mentales, se convirtió en cinismo. Cuando ya no había nada que hacer, empezó a confesar y sus palabras dejaron helados a la policía y a la sociedad: Graciela no había sido la única. En su jardín encontrarían más.

La policía utilizó palas que prestaron los vecinos para deshacer el trabajo de ese macabro sepulturero y desenterrar toda la verdad. Cavó donde un agente había sentido un montículo bajo sus pies. Luego donde otro también notó algo raro.

Hallaron otros dos cadáveres amarrados de pies y manos. Uno semivestido con un traje negro y saco a cuadros. El otro, completamente desnudo, solo había mantenido en su pequeños pies unos zapatos azules, y a su lado, un suéter del mismo color.

Goyo contaría después que las amarraba para que fuera más fácil enterrarlas en aquellas fosas clandestinas e improvisadas.

El morbo alrededor de la casa de Tacuba no se había hecho esperar. Curiosos habían llegado hasta ahí ver qué alcanzaban a vislumbrar. Los vecinos subían a las azoteas para tener vista privilegiada de las exhumaciones.

Cuando llevaban tres cadáveres encontrados, se soltó un aguacero que removió aún más esa tierra maldita. En medio de la lluvia, las miradas morbosas, el llanto de un padre que había encontrado a su hija muerta, ese jardín convertido en cementerio escupió un último cadáver. Eran cuatro en total.

Así que Goyo no solo era el homicida de Graciela. El hallazgo mostraba que era un asesino serial, ensañado con las mujeres. Un feminicida en serie…

Las cuatro víctimas habían muerto por estrangulamiento. Pero de los otros tres cuerpos, la policía no tenía ni idea de quiénes podrían ser. El único rasgo en común, que volvía el caso cada vez más perturbador, es que eran chicas muy jovencitas, muy probablemente, menores de edad.

Cuando la policía fue a buscar a Goyo al sanatorio donde se había internado, él primero trató de hacerse, literalmente, el loco. Le aseguró a los agentes que era inventor. Les mostró unos pedacitos de gises y dijo que eran pastillas mágicas para volverse el hombre invisible… No le creyeron.

Después él mismo, ya sin escapatoria, escribiría a máquina su declaración y confesaría uno a uno los detalles escabrosos de los crímenes que había cometido.

La primera pista para saber quiénes eran las otras chicas fue confesar que eran prostitutas. A una la recogió en la calle Aquiles Serdán. A otra, cerca del Ángel de la Independencia. Y a una última, cerca de Chapultepec.

Graciela, dijo, era la única mujer “decente” a la que mató. Las otras eran “de la vida galante” y no sabía ni sus nombres… Sus palabras mostraban una vez más su desprecio por la mujeres.

El deseo que Gregorio sentía por Gracielita y el rechazo que sentía de ella, lo llevó a buscar prostitutas para descargar sus ganas, y después, también su furia.

A mediados de agosto había empezado ese impulso de poseer a una mujer y luego acabar con ella. Impulso que se fue acelerando hasta acabar con el verdadero objeto de su deseo.

La primera que cayó en sus manos asesinas fue María de los Ángeles o “Bertha” González. Tenía 16 años. A esa edad, ya se ganaba la vida vendiendo su cuerpo en la calle. Una noche lluviosa subió al Ford de Goyo. Fueron a su casa en la colonia Tacuba, tuvieron sexo, y después él sacó todo su odio contra las mujeres, contra todas como si fueran solo ella, y la ahorcó.

Era la primera vez. Una sensación desconocida. Un dejo de culpa.

Él mismo escribió más tarde:

“La enterré y le recé unas oraciones. Su cara la envolví con el impermeable que llevaba… fui varias veces a la iglesia a ver si encontraba un reconfortamiento espiritual, pedí perdón por mi acto, por mi culpa”.

Pero le duró poco el arrepentimiento. No habían pasado ni dos semanas cuando el 23 de agosto fue por su segunda víctima. Nuevamente fue a buscar una prostituta, incluso más jovencita que la primera.

Raquel Rodríguez León, dijeron que se llamaba en un primer momento. Aunque también se dijo después que esa chica había aparecido con vida al poco tiempo, y que en realidad nunca se supo de quién era ese cadáver de muchachita encontrado en el patio del estrangulador de Tacuba.

De ella también escribió el asesino en sus confesiones:

“Se desnudó e hicimos el coito, entregándonos el uno al otro. Cada quien se vistió y fue ella al inodoro a lavarse. Le llevé el agua para que se hiciera el aseo. Había terminado de hacerse el aseo, cuando volvió a renacer en mí el odio que expuse en el caso número uno, la repugnancia por la mujer, y vagamente recuerdo que con lo primero que encontré se lo quise poner al cuello. Parece que fue la toalla que estaba en el tocador o algún cordón. Ella se lo quiso quitar, me dijo: así no, no hagas eso”.

Pero Goyo no se detuvo y acabó con su vida.

Las ansias de matar se hicieron más fuertes. Ya no esperó ni una semana. El 29 de agosto volvió a salir a buscar una presa.

Rosa Reyes Quiroz fue la tercera víctima. También prostituta, a pesar de sus 16 años.

“Eran mujeres de la calle”, declaró Goyo al ser apresado “Les ofrecí dinero. Las llevaba a mi casa, donde me saciaba en ellas. Después de tenerlas no sé qué me daba, lo que sentía; era algo horrible, un odio espantoso hacia esas mujeres, por todas las mujeres. Un frenesí inexplicable… El impulso invencible de destruir, de desgarrar, de matar… ¡y las maté!”

@iartetam es una periodista mexicana especializada en temas de género, puedes encontrar más de su trabajo en https://www.animalpolitico.com/author/iarteta/ 

Esta investigación forma parte del episodio 1 de Planeta Crimen, podcast de True Crime hecho por MQN501 para audible, puedes escucharlo aquí: https://adbl.co/2NUuVQS