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Planeta Crimen: Goyo Cárdenas – El estrangulador de mujeres Parte VI

Pero quizá en este punto es donde empieza la parte más oscura de esta historia. Porque lo horrible de sus crímenes y la sangre fría para confesarlos se convirtieron en un macabro espectáculo. Y él, en un célebre criminal, con fanáticas que le mandaban cartas a prisión, leyendas a su alrededor, y hasta un video pornográfico clandestino, supuestamente de orgías en las que participaba.

Según crónicas de Carlos Monsiváis, alrededor de la casa de Tacuba se vendían aguas frescas, y los vecinos cobraban por permitir el paso a su azotea para contemplar desde ahí el cementerio del horror. Había quien ofrecía en venta los tubos de ensayo y probetas que antes fueron del laboratorio del estudiante de Química, y hasta cordones de los que supuestamente usó en los asesinatos.

La policía permitió que numerosos periodistas lo entrevistaran. Durante años, se publican reportajes, siempre “exclusivos”, del arrepentimiento de Cárdenas, de nuevos detalles sobre lo ocurrido.

Un reportero de El Universal le preguntó qué castigo creía merecer por sus crímenes.

“La muerte”, respondió. “Sólo la muerte merezco… Sin embargo, yo querría que me juzgaran 10, 20 gentes. Profesionistas, obreros, de todo. Que me oyeran, que supieran mi caso. Si me condenaran a muerte, yo moriría. Si se sentenciaran a 20, 30 años, los purgaría”.

“¿Entonces no le teme a la muerte, a la justicia?”, preguntó el periodista.

“No, no temo a la muerte ni a la justicia de los hombres. ¡Solo tengo miedo a la justicia de dios!”

Cárdenas fue encerrado primero en el Palacio Negro de Lecumberri, conocido porque era donde también se encarcelaba a presos políticos de la época.

El dictamen pericial había sido contundente. Decía: “El examinado posee un elevado grado de peligrosidad y debe ser segregado para los efectos del tratamiento y de la defensa social”.

Su caso fue puesto en manos del psiquiatra Alfonso Quiroz Cuarón, considerado el padre de la criminología mexicana, que lo entrevistó y estudió a fondo. Sus conclusiones estaban llenos de términos extraños pero que apuntaban a enfermedades mentales y delirios sexuales.

“Su estado mental”, expuso el doctor Quiroz, “corresponde al de la personalidad neurótica: neurosis evolutiva, órgano neurosis, de tipo introvertido con tendencias homosexuales, narcisismo y erotismo sádico anal. Desde el punto de vista psiquiátrico, su estado neurótico es de esquizo-paranoide”.

También escribió que Goyo padecía un síndrome hipofiso-hipotalámico post-encefálico. En pocas palabras, que era un enfermo mental, un verdadero loco.

Pero ese diagnóstico implicaba que el acusado, al considerarse que no entendía sus actos, que no veía la diferencia entre el bien y el mal, era “inimputable”, es decir, que no se le podía juzgar como a un delincuente común. Con ello, tampoco él podía impugnar o tratar de defenderse legalmente. Por lo que el juicio quedó interrumpido y no se le dictó sentencia en más de 30 años…

Goyo fue llevado al manicomio más grande de la época, La Castañeda, del que actualmente solo queda el recuerdo en el nombre de una calle de la zona de Mixcoac.

Ahí pasó casi cinco años “Goyito”, como ya le decían para ese entonces. Era un loco a veces no tan loco, y siempre encantador. Sabía ganarse al personal. Manejaba una “tiendita” en el lugar, vendiendo alimentos. E incluso había rumores de que de vez en cuando le daban permiso de salir del psiquiátrico y regresar, a voluntad.

Hasta que se fugó. La Navidad de 1947, Cárdenas volvió a saltar a las portadas de los periódicos. El “loco” más famoso de México se había escapado del manicomio. Las mujeres no estarían tranquilas sabiendo que un asesino enfermo de misoginia andaba suelto.

El punto flaco de su huida fue que no escapó solo, sino con otros tres o cuatro pacientes. Tiempo después, uno de ellos volvió y delató la ruta que había seguido el organizador de la fuga hacia Oaxaca.

Goyo fue encontrado en Ixtepec, convertido en maestro de primaria rural. Hubo quien dijo que se había ido con una enfermera del propio psiquiátrico.

Lo cierto es que su cinismo volvió a dejar a todos helados. Cuando lo recapturaron, declaró que no se había escapado; simplemente, se estaba tomando unas vacaciones.

De regreso en la Ciudad de México, se dio prioridad a su peligrosidad por encima de su supuesta locura, y fue encerrado en Lecumberri.

La lúgubre penitenciaría porfirista no hizo mella en los ánimos de Goyo. Al contrario. Aprovechando su inteligencia, muy superior al promedio de quienes terminaban en la cárcel, decidió ponerse a escribir lo que se vivía ahí dentro y se convirtió en el cronista de Lecumberri.

Publicó varios libros: “Celda 16”, “Pabellón de los locos”, “Adiós, Lecumberri”, “Campo de concentración” y “Una mente turbulenta”.

También se puso a estudiar Derecho y memorizó el código penal. Con eso ayudó a defender a otros presos que eran sus compañeros en la prisión. A su salida, llegó a obtener el título de Licenciado en Derecho.

Leía poesía y pintaba. Y además, encontró el amor…

Desde que la nota roja lo hizo famoso y se supo que estaría encerrado como enfermo mental, muchas mujeres pedían permiso para ir a visitarlo, argumentando un interés científico por su caso.

Gerarda Valdés fue una de ellas. Goyo no sintió con ella ese odio que lo llevó 10 años antes a matar mujeres, o tal vez la situación era distinta, encerrado como estaba. Pero al cabo de una relación, se casaron en 1953, con él estando en prisión.

No solo eso, sino que tuvieron 5 hijos.

“Ha demostrado que es un hombre normal, comprensivo y cariñoso conmigo y con sus hijos”, dijo Gerarda en una entrevista años después.

En 1976 el célebre penal de Lecumberri cerró sus puertas, para después convertirse en Archivo Histórico de la Nación. Goyo fue trasladado poco antes al Reclusorio Oriente.

Para ese entonces, había asumido su defensa el abogado Salvador Salmerón. Él y su nueva familia llevaban años pidiendo algún tipo de justicia para Gregorio, que en realidad nunca tuvo sentencia.

30 años era lo máximo que alguien podía estar preso, y él ya había sobrepasado ese tiempo.

Llevaron su queja hasta el presidente Luis Echeverría, pidiendo que lo indultara. Hasta que finalmente, accedió.

El 8 de septiembre de 1976, el mismo mes en que cumplía 34 años de haber sido detenido, Goyo Cárdenas salió de la cárcel.

Esta historia tuvo una última extravagancia que solo podía ocurrir en México, el país del surrealismo.

El secretario de Gobernación, Mario Moya Palencia, invitó a Cárdenas a la Cámara de diputados para presentarlo como un modelo de reintegración social. Un claro ejemplo de que el sistema correccional funcionaba y después de haber sido un asesino serial y un enfermo mental declarado, estaba rehabilitado.

La Cámara, acaparada por el PRI y por hombres, lo ovacionó.

Así es… No se guardó un minuto de silencio por las víctimas. Nadie pronunció los nombres de María de los Ángeles, Raquel, Rosa o Graciela. No se escribieron libros sobre esas cuatro chicas asesinadas tres décadas atrás. Pero sí hubo un estruendoso aplauso de los diputados para “el estrangulador de Tacuba”, el primer feminicida en serie del siglo 20.

@iartetam es una periodista mexicana especializada en temas de género, puedes encontrar más de su trabajo en https://www.animalpolitico.com/author/iarteta/ 

Esta investigación forma parte del episodio 1 de Planeta Crimen, podcast de True Crime hecho por MQN501 para audible, puedes escucharlo aquí: https://www.audible.com/pd/Planeta-Crimen-Podcast/B08K96LLV5